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Recuperando la esperanza



Contemplaba en el espejo su desnuda cabeza, mesando con su pensamiento esos cabellos que hasta hacía unos días brillaban y caían sobre su espalda como si de una cascada se tratara. Siempre le había gustado introducir sus largos dedos entre la madeja de color negro azabache y estrujarla como si de una esponja se tratara.


Quería secar las lágrimas que tan ardientemente había derramado y se habían quedado ocultas entre los hilos largos y oscuros que ya no existían. Había perdido su ayer, su pretérito le partía el alma; y el futuro…¡Ay el futuro!, donde anidaba la incertidumbre. No había momento en el día y, sobre todo, en la noche que no volvieran los sollozos, los miedos…., el pánico.


Desde el día en que tuvo que cortarse su larga melena no había mirado su imagen reflejada en el espejo. No quería ver la realidad de su presente y decir adiós a los sueños no cumplidos. Su mirada estaba fija en ese cruel cristal, contemplando a una desconocida, que aunque llevaba su mismo nombre y apellido, no reconocía.


En realidad no quería aceptar la situación. No, hasta recuperar la paz interior que había perdido y que tanta falta le hacía en esos momentos. Necesitaba no pensar, no ver, no sentir. Precisaba un vacío que ya no existía, pues todo estaba lleno de imágenes, recuerdos, informes, sonrisas apenadas, y en el fondo..., soledad, una soledad acompañada, y, en cierto modo, un palpitante desamparo frente a lo que pudiera acontecer, en definitiva frente a la vida.


Su anterior aspecto había quedado clavado en su retina. Echaba de menos su cabello al viento acariciando su cara; sus cejas, sus pestañas, hasta el vello en sus brazos, en sus piernas, en sus axilas, incluso en su sexo. Deseaba fervientemente recuperar a la persona con la que había ido de la mano hasta ese fatídico momento. Pero eso, ya era imposible, había entrado en un nuevo club, al que nunca hubiera querido pertenecer, pero al que el destino le había conducido.


-María, vamos a llegar tarde ¿Estás ya preparada?-, preguntó su marido con un hilillo de voz.

Ella seguía ensimismada acariciándose la imaginaria y añorada melena.


-¡NOOOOO! Su grito se oyó por toda la casa.


-María ¿Estás bien?- preguntó José- golpeando la puerta del baño.


-Sí, estoy bien, no te preocupes, no ha sido nada. Estaba hablando conmigo misma.


-María, vamos a llegar tarde a la consulta, no te olvides de coger los papeles, los he dejado encima de la mesilla, y ponte el gorro que hace frío, no te vayas a resfriar.


-Ya voy, espera un momento, que tengo que desenredarme el pelo, lo tengo ya muy largo.

-¿Pero qué dices? ¿Qué pelo? ¿Te pasa algo?


-No, José, estoy bien, -dijo mientras esbozaba una medio sonrisa-. Estoy bien José, repitió. Todo irá bien, estoy recuperando la esperanza.


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