San Onofre. Una obra de Damián Forment en el Museo Provincial de Zaragoza.
El miércoles 17 de abril de 2019 se abrieron las dos salas dedicadas al Renacimiento en el Museo Provincial de Zaragoza. Hace ya unos años, varias salas fueron cerradas para evitar los daños que pudiera ocasionar la construcción del parking de la calle Moret que comenzó en marzo de 2016. En estas salas podemos admirar cuarenta piezas, catorce de las cuales nunca se habían expuesto. Hoy comentaremos una de ellas, situada en la sala dedicada al Alto Renacimiento (1515-1550): el magnífico san Onofre, obra del insigne escultor Damián Forment.
Autorretrato de Damián Forment en el retablo mayor dedicado a la Asunción de la Virgen, realizado en la basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza (1512 y 1518).
En otros artículos ya hemos tratado alguna otra obra del imaginero, hablamos de su biografía y de su taller (os remito a los retablos de san Miguel de los Navarros, al de la catedral de Huesca, al de Montearagón y a la Epifanía del Museo diocesano de Huesca, artículos que publiqué en la página hace tiempo).
Nuestro escultor, aunque ni nació ni murió en Aragón (se da como seguro su nacimiento en Valencia y su muerte en 1540 en Santo Domingo de la Calzada), la mitad de su vida personal y profesional la pasó en estas tierras aragonesas, por ese motivo no solo es considerado el mejor escultor renacentista de Aragón, sino también de los territorios de la Corona de Aragón.
En el estudio que hoy os presento vamos a partir desde el momento en que el maestro Forment llegó a la ciudad de Zaragoza en 1509 contratado por el cabildo zaragozano para realizar el retablo mayor de la iglesia de Santa María del Pilar. En la ciudad se estableció y abrió un importante taller. La obra del Pilar le abrió las puertas para posteriores encargos en la misma ciudad y en otras como Huesca, Poblet y Santo Domingo de la Calzada. Indudablemente su presencia en la ciudad marcó el punto de partida para el primer renacimiento aragonés.
Tras la realización del retablo mayor del Pilar el prestigio de Forment fue en aumento. La década de 1520, fue un periodo de gran actividad profesional. Seguía trabajando en el retablo de san Miguel de los Navarros, y en el de la iglesia de la Magdalena de Zaragoza, contratados con anterioridad a 1520. En ese mismo año firmó tres nuevos contratos: el siete de septiembre se verificó el del retablo mayor de Huesca; el 11 de octubre el del convento de santo Domingo; y el 28 de octubre el del monasterio del Carmen, desgraciadamente desaparecido, estos dos últimos en Zaragoza. También en ese mismo año Forment y su familia se trasladaron a vivir a Huesca, en donde abrió un segundo taller. Todo ello nos da idea de la consideración que había adquirido el escultor.
La imagen que hoy os voy a comentar, en un primer momento se adjudicó al escultor catalán Pere Johan, artífice del retablo mayor de La Seo zaragozana (1434-45); o incluso al francés Gabriel Joly, activo en Aragón entre 1515-1538. Pero tras las investigaciones de Steven Janke se considera que su verdadero autor fue Damián Forment, y que la imagen formaba parte del retablo que el escultor se había comprometido a realizar el 11 de octubre de 1520 con el capítulo del convento de Predicadores de la Orden de santo Domingo de Zaragoza, ya comentado anteriormente.
La historia de este retablo la conocemos gracias a los escritos (Lumen domus) que Fray Raimundo Sáenz realizó en 1639 sobre esta Orden. Sáenz habla del retablo, realizado en alabastro, y bajo la advocación de la Anunciación, con escenas de la vida de María y de Jesús. La cantidad ajustada fue de unos 88.000 sueldos jaqueses, un precio muy alto, ya que casi igualaba a lo pagado por el retablo mayor del Pilar y el de Huesca. El excesivo importe de la obra motivó que el capítulo de la Orden dominica cancelara la obra el 13 de enero de 1537, según nos comenta Sáenz en su obra, afirmando que el maestro ya había realizado alguna imagen y que debía quedarse con lo ya tallado: “en atención a que el escultor de presente no le conviene acabar dicho retablo”, había de quedarse “con las partes ya concluidas del encargo”.
Siguiendo con los datos que Sáenz nos aporta en sus escritos sobre la Orden, sabemos que la imagen fue colocada en el lado del evangelio de la capilla mayor de la iglesia del convento: “entrando a la capilla, en la parte del evangelio, pegada a la rexa, está a la pared un nicho pequeño con un bulto de piedra de san Onofrio”. Posteriormente la escultura fue trasladada a la capilla del Santo Cristo…”aquella insigne estatua de piedra de san Onofre desnudo y solo para la honestidad cubierto con una hiedra (…) y es de marmor mui antiguo”.
En el año 1835 se derribó el convento, pasando la escultura de san Onofre al fondo del museo Provincial de Zaragoza.
La escultura parece de bulto redondo si la miramos por la parte anterior, pero si lo hacemos por la posterior nos damos cuenta de que fue esculpida para adosarla a un retablo u hornacina, ya que solo está trabajada por su frente.
Como ya hemos comentado, el escultor, cuando se canceló el encargo de este retablo, ya había realizado varias partes del mismo, quedándose parte de lo esculpido. Algunos historiadores consideran que, al igual que esta escultura de san Onofre pertenece al mencionado retablo del convento de santo Domingo, también pudiera ser parte de él, el basamento del retablo mayor de la catedral de Barbastro, que quedó en posesión de Forment, aún sin terminar. A la muerte de Forment lo heredaron sus hijas Isabel y Esperanza, acabándolo su discípulo Juan de Liceire. Según consta en la documentación que se conserva sobre el retablo de Barbastro, en el año 1558 el mismo Liceire vendió, en nombre de las hijas de su maestro, al concejo de la ciudad de Barbastro: “un pie de retablo de piedra de alabastro labrado al romano y la historia de medio es la Resurrección de Cristo”, siendo, al mismo tiempo, contratado por dicho concejo para realizar otros cinco relieves más. El retablo de Barbastro fue acabado años más tarde, entre 1600-1602 por Orliens, Martínez de Calatayud y Aramendía.
Pero volvamos a san Onofre. En el siglo IV tras la paz de Constantino, muchos religiosos abandonaron las ciudades del Imperio Romano para recluirse en los desiertos de Siria y Egipto (La Tebaida), fueron conocidos como Padres del desierto o Madres del desierto. Hombres y mujeres que renunciaron a la vida mundana como camino para llegar a la santidad. Uno de los ermitaños que se retiraron fue san Onofre, del cual se tienen diversas versiones sobre su vida (santo recordado por coptos y católicos). Lo poco que se sabe sobre él procede de un relato atribuido a un abad-ermitaño llamado Pafnucio, quien recorriendo el desierto se encontró con nuestro asceta. Onofre le contó su vida, sus sufrimientos, muriendo poco más tarde.
Se le supone hijo de un rey Persa o de Abisinia, a cuyos bienes terrenales renunció retirándose como anacoreta al desierto de Tebas en el siglo IV. Pasó sesenta años en una cueva hasta su muerte, durante ese tiempo se alimentó de dátiles que cogía de una palmera cercana y del pan que un ángel le llevaba a diario, quien incluso le administraba la comunión todos los domingos. Su barba y su larga cabellera, así como unas hojas, cubrían su desnudez.
Forment lo ha representado semidesnudo, como corresponde a su condición de asceta, en un ligero contrapposto sobre unas rocas que representan el desierto de Egipto donde se refugió en su retiro. En la obra vemos un estudio anatómico muy naturalista, aunque más bien representa un cuerpo musculoso que lejos está del que tiene que tener un hombre que se dedica a la penitencia, pero es la forma de representar el desnudo en el renacimiento, un tratamiento del cuerpo humano pormenorizado.
La atribución de esta escultura al maestro Forment es el resultado de la comparación de esta obra con otras realizadas por el escultor. Por ejemplo el san Jerónimo del retablo de santa Ana de la catedral de Huesca, así como el san Joaquín o el Santiago del retablo mayor del Pilar de Zaragoza, que presentan parecido tratamiento en la postura y en el tallado de las arrugas, la frente y los pómulos.
Su expresión es de recogimiento está acentuada por la posición de sus manos sobre el pecho desnudo. Su postura está en consonancia, como ya hemos comentado, con el san Jerónimo penitente del retablo de santa Ana de la catedral de Huesca, obra también de Forment. El torso está menos detallado, al estar cubierto por la larga barba. La escultura está policromada, y a base de líneas sugiere la textura de la piel.
La cabeza, inclinada hacia la derecha, se cubre con una larga melena que le llega hasta los tobillos. Porta una tupida, pero cuidada barba, que le cubre totalmente el pecho.
Su rostro es de gran expresividad. Presenta a un hombre maduro con las arrugas propias de la edad y de su vida al aire libre. La nariz estrecha y los pómulos elevados. Sus ojos se abren aumentando la fuerza expresiva de su gesto.
Vista lateral del rostro de san Onofre. En esta imagen podemos ver más claramente el tratamiento de las arrugas de la frente y el entrecejo.
El escultor ha realizado un estudio minucioso del cuerpo, lo podemos ver en sus manos y en sus pies, en los que se reflejan claramente las venas.
El cuerpo desnudo está cubierto con su propio cabello, ciñendo en la cintura una especie de “falda vegetal”, uno de los símbolos con los que se representa siempre al santo.
Detalle del tratamiento minucioso de los pies.
Hasta aquí otra magnífica obra del ilustre escultor renacentista Damián Forment. Hasta el próximo vuelo.
BIBLIOGRAFÍA:
-VV.AA.: Aragón y la pintura del Renacimiento. Museo e Instituto “Camón Aznar”, Zaragoza 1990.
-MORTE GARCÍA, M.Carmen: Damián Forment. Escultor del Renacimiento, Zaragoza, CAI, 2009.
-(Antonio Ponz, "Viage de España", 1788, tomo XV, carta primera, 48.
-BELTRAN LLORIS, Miguel: Museo de Zaragoza. Sección de Bellas Artes, Zaragoza, Ibercaja, 1990.
-STEVEN JANKE, R.:«Acotaciones a una imagen de san Onofre en alabastro, posible obra de Damián Forment”, Zaragoza, Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, XVIII, 1984, pp. 77-84.
-MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel: Sobre el banco del retablo mayor de la catedral de Barbastro. Boletín del Museo e Instituto "Camón Aznar", XCV, 2005, pp. 213-224, 2005.
-PALACIOS, B.: Historiadores y cronistas del convento de Predicadores de Zaragoza.
-Vida de los santos de Butler