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Exposición Gregorio Fernández-Martínez Montañes: el arte nuevo de hacer imágenes. Catedral de Valladolid. 12 nov. 2024-02 marzo 2025.


Catedral de Valladolid.

El 12 de noviembre de 2024, la Junta de Castilla y León presentó la exposición "Gregorio Fernández-Martínez Montañés: el arte nuevo de hacer imágenes", que se puede visitar en la catedral de Valladolid, hasta el 2 de marzo de 2025, organizada por la Fundación de las Edades del Hombre.


Exposición de Gregorio Fernández y Martínez Montañés.

Esta exposición nos ofrece una oportunidad única para conocer el arte de dos grandes escultores del barroco español. Gregorio Fernández, máximo exponente de la escuela castellana de escultura; y Juan Martínez Montañés, referente de la escuela sevillana.


Ambos pertenecen a una misma generación y a un mismo contexto ideológico, que lograron transformar el estilo escultórico del barroco, desde el manierismo hasta el naturalismo barroco de principios del siglo XVII.


La exposición consta de 68 piezas, de ambos artistas, comisariada por los catedráticos de Historia del Arte René Payo y Jesús Palomero, plasmando su estilo y su obra. También, se pueden contemplar obras de otros artistas que influenciaron o continuaron su obra, como Pompeo Leoni, Pablo de Rojas y Juan de Mesa.


Retrato de Gregorio Fernández, c. 1630, realizado por Diego Valentín Díaz. Museo Nacional de Escultura de Valladolid.

La exposición comienza con los retratos de los dos autores, como preámbulo a la exposición, y transcurre a través de seis bloques temáticos, que nos llevan a conocer la vida, obra e influencia de estos dos grandes escultores.


El escultor lucense Gregorio Fernández, representa una de las personalidades más importantes dentro de la escultura barroca española y sobre todo de la Escuela de Valladolid, ciudad a la que llegó en 1605, ya que en ese momento era la capital del reino y en ella se había establecido la corte (desde 1601 hasta 1606). En la ciudad comenzó a trabajar en el taller del escultor Francisco del Rincón; pero muy pronto, hacia 1605, el escultor gallego abrió su propio taller, alcanzando gran fama; siendo solicitado por reyes, nobles, alto clero, órdenes religiosas y cofradías procesionales de Pasión.


En sus primeras obras se puede observar la influencia de Berruguete, el dramatismo de Juan de Juni, y la elegancia del italiano Pompeo Leoni, pero con el tiempo llegó a crear su propio estilo, lleno de realismo y expresividad.


Retrato de Juan Martínez-Montañés a los 47 años, 1616. Francisco Varela. Ayuntamiento de Sevilla. Depositado en el Centro Velázquez de Sevilla.

Estamos ante la figura más sobresaliente de la escuela escultórica sevillana, su fama y sus obras fueron extensas, realizando numerosos encargos y alcanzando gran éxito en su época, gracias a su pericia y virtuosismo técnico.


Nacido en Alcalá del Real (Jaén) el 16 de marzo de 1568, hacia 1580 su familia se trasladó a Granada, en donde se formó con el escultor Pablo de Rojas. Hacia 1582 vivía en Sevilla, en donde se convirtió en el máximo representante del manierismo romanista sevillano. Sus espectaculares retablos y sus esculturas de santos parece que van a cobrar vida en cualquier momento.


El origen de dos estilos.

Ambos escultores tuvieron sus referencias en distintos ámbitos, talleres y grandes maestros que forjaron sus particulares estilos. La muestra rastrea las influencias heredadas de sus maestros y las derivadas de su magisterio. Con ese fin, se exhiben piezas de sus maestros, Pompeo Leoni y Francisco del Rincón, para Fernández; y Pablo de Rojas, para Montañés; así como de sus discípulos y continuadores, Solanes o Juan de Mesa.


Sala del origen de los estilos.

En ella podemos ver dos obras importantes en la vida de ambos, a la izquierda, Jesús Nazareno, obra realizada entre 1582-1586 por Pablo de Rojas, cuya figura ocupa un papel esencial en la plástica granadina y andaluza. Desde su identificación como maestro del también alcalaíno Juan Martínez Montañés y definidor de la escuela barroca sevillana, su importancia en el "contexto artístico de su tiempo marcado por los intereses doctrinales tridentinos no ha hecho sino engrandecerse, hasta ser reconocido como un gran codificador de los nuevos tipos iconográficos de la Contrarreforma incardinados hacia lo devocional y lo procesional".


En 1582-86 el escultor Rojas labró este Nazareno, en la misma época que Martínez Montañés pasó por su taller y en coincidencia también con la estancia en Granada de san Juan de la Cruz, con cuya espiritualidad mística sintoniza con sus nazarenos. Sus esculturas tendrán una gran trascendencia para la imaginería procesional barroca.


Calvario. Pompeo Leoni. 1606-1607. Madera tallada y policromada. Museo Nacional de Escultura. Valladolid

Al fondo de la capilla, se exhibe el Calvario procedente del retablo mayor del convento de san Diego de Valladolid, obra de Pompeo Leoni y taller, tallado entre 1606-1607. Nacido en Arezzo, se trasladó a España donde permaneció hasta su fallecimiento en 1608. Fue un escultor manierista, anunciando su obra la llegada del Barroco. Las figuras tienen ademanes claramente manieristas, con amplios pliegues que modelan los volúmenes del cuerpo y una sobria policromía, muy en sintonía con la estética contrarreformista. Este será el lenguaje de formación de un joven Gregorio Fernández.


Hacia la configuración del naturalismo

Ambos escultores comparten un intento de superar los modelos manieristas, que habían dominado, en gran manera, en las artes figurativas de la últimas décadas del siglo XVI.


Ambos irán definiendo un nuevo estilo basado en una claro naturalismo. En el caso de Fernández, el abandonar la corte le supuso un corte en la influencia del manierismo italiano, y la configuración de un nuevo estilo en el tratamiento de rostros, manos y poses, no exento de dramatismo y teatralidad, y en el sistema de plasmar los pliegues acartonados de las vestimentas; mientras que Montañés se basa en las anatomías, las poses y esquemas de la tradición clásica, que le servirán para elaborar nuevos modelos, adaptados a las nuevas necesidades derivadas del espíritu tridentino, que exigía naturalidad y a la vez dignidad.


Ecce Homo. Gregorio Fernández. hacia 1620. Museo Valladolid. Madera policromada, cristal y tela encolada.

Escultura procedente de la parroquia de san Nicolás de Valladolid, hoy conservada en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid.


Escultura de tamaño natural, se representa la figura de Cristo tras sufrir los azotes y la coronación de espinas. La imagen, llena de serenidad, apoya su peso en la pierna derecha, mientras la izquierda aparece flexionada y ligeramente adelantada. Los brazos se cruzan en el pecho, extendiendo los dedos evitando toda rigidez, mientras eleva su mirada hacia lo alto.


Se observa la utilización de novedosos recursos técnicos, como son el "ensamblaje de diferentes piezas en un núcleo inicial; y el empleo de materiales diferentes a la propia madera", por ejemplo ojos de cristal, la tela encolada del paño de pureza, dientes de hueso, uñas de asta, etc.


Detalle del rostro del Ecce Homo

Presenta un rostro bello, con barba partida en dos puntas, típica de los Cristos de Gregorio Fernández. En origen debía llevar corona de espinas; presenta la boca abierta y los ojos de cristal, que dirigen una mirada de resignación.


Detalle parte posterior del Ecce Homo

Bellísima es la cabellera ondulada, muy bien trazada por el dorso. De forma especial destaca la espalda, casi toda convertida en una llaga y en la que el maestro utilizó el corcho para dar mayor realismo a los coágulos de sangre.


Sala configuración del naturalismo.

En ella encontramos a la derecha, san Gabriel Arcángel de G. Fernández, de 1611, procedente de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Tudela de Duero (Valladolid), hoy conservada en el Museo diocesano de Valladolid.


A la izquierda, santo Domingo de Guzmán, realizado en 1626 por Fernández, procedente del convento de san Pablo y san Gregorio de Valladolid.


En el frente, san Cristóbal, esculpida entre 1597-1598 por Martínez Montañés. Iglesia colegial del Divino Salvador de Sevilla.


San Bruno. 1634. Juan Martínez Montañés. Madera policromada. Hoy conservada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Escultura magnífica realizada para la cartuja de santa María de las Cuevas de Sevilla. Imagen tallada en la época final de su vida, en ella se refleja sus conocimientos adquiridos a lo largo de los tiempos. Representa al fundador de la orden de la cartuja.


Su estilo refleja la realidad, aún manteniendo ecos del arte final del Renacimiento. Se trata de una escultura de gran tamaño, en la que el escultor ha realizado con gran maestría el modelado de los paños, evitando la pesadez de la túnica. Es una figura estática, aunque adelanta su pierna derecha hacia adelante, dando sensación de dinamismo.


Rostro de san Bruno.

Gran expresividad en las manos y en el rostro, que acusa gran espiritualidad y sentimiento. Son facciones delgadas, con los pómulos algo hundidos y gran serenidad, reflejando el ideario cartujo, del silencio y la abstinencia.


Fieles a Trento.

Ambos maestros trataron en sus obras los temas de representación que se formularon en el Concilio de Trento, pero también trataron escenas que no estaban mencionados en los Evangelios, como la Sagrada Familia o el dolor de María por la muerte de su hijo. También trataron de forma realista temas "cumbre del arte cristiano", como la Crucifixión.


Sala Fieles a Trento

En ella podemos contemplar en el frente, dentro de la capilla, la Piedad de G. Fernández.

En primer término Cristo de Valderas de G. Fernández.


Al fondo a la izquierda, el relieve de las dos Trinidades, de Martínez Montañés, realizado en 1609, procedente de la antigua parroquia de san Ildefonso de Sevilla.


Cristo de Valderas, Balderas o de la Agonía, Gregorio Fernández, 1631. Iglesia parroquial de san Marcelo. León. Madera policromada con postizos añadidos.

Obra encargada para la capilla funeraria de Antonio de Valderas y de su esposa María Flórez, en una capilla de la iglesia parroquial de san Marcelo en León. Se representa el momento de la muerte de Cristo de una forma muy realista. El cuerpo ensangrentado, con cuajarones y llagas de corcho enrojecido que dan una mayor sensación de realidad.


Detalle del Cristo de Valderas.

Su rostro refleja el momento de la muerte, boca entreabierta, ojos hundidos, demacración, etc. Es un rostro muy realista, con dientes de marfil, ojos de cristal y corona de espinas, que atraviesa su ceja izquierda. En el tratamiento del cabello se observa una interesante diferenciación, en la cabeza forma amplias ondas, mientras que la barba poblada, presenta una talla minuciosa en sus rizos, dividida en dos masas.


Nuestra Señora de la Piedad o la Quinta Angustia. Gregorio Fernández. h. 1625. Madera policromada. Iglesia parroquial de san Martín. Valladolid.

Obra de Gregorio Fernández de hacia 1625, documentalmente no se tiene noticias sobre ella, pero se la adscribe a su época de madurez. Fue encargada para la capilla del señor de Valparaíso y Fresno de Carballeda, don Francisco de Cárdenas en la iglesia del convento de san Francisco de Valladolid, y hoy se conserva en la iglesia de san Martín, en la misma ciudad.


Se presenta la imagen de bulto de María, con su hijo muerto en su regazo, de la forma tradicional, siguiendo las premisas del Concilio de Trento. Aparece con la rodilla izquierda apoyada en un peñasco, levantando sus brazos y su mirada llena de dolor hacia lo alto. El cuerpo inerte de Cristo descansa en su regazo, sobre un sudario, y tiene el brazo derecho apoyado sobre el muslo derecho de la Virgen. Los pliegues de los paños son suaves, muy naturalistas.


Utiliza los característicos postizos del Barroco, como ojos de cristal, encarnaciones brillantes que remarcan en el cuerpo desnudo de Cristo, su anatomía.


Virgen de la Piedad

La Virgen se representa más maciza que el cuerpo desnudo de Cristo. Viste túnica roja y manto azul, con los característicos pliegues del maestro. Se la representa sentada y elevando su mirada y sus brazos hacia lo alto, mostrando el dolor que está sintiendo. Destacan las cejas arqueadas, los párpados levemente bajados, sus ojos, de cristal, dirigidos hacia el cielo, la nariz recta y boca medio abierta, luciendo dientes de hueso, todo para dar mayor realismo.


Cristo de la Piedad

Apoyado en la rodilla derecha de María se encuentra el cuerpo inerte de Jesús, creando una fuerte diagonal, característica del Barroco, desde la mano derecha de María hasta los pies de Jesús. Cristo está tallado con gran realismo, su cabeza sigue el modelo creado por Fernández al representar a Cristo muerto, gran virtuosismo en la talla de la barba dividida en dos y rizos definidos (rasgo de la última etapa del escultor), cayendo sobre el hombro derecho mechones de cabello que en el lado izquierdo montan por encima de la oreja (rasgo inconfundible del artista). La boca está entreabierta, con dientes realizados en hueso. Las carnaduras son pálidas, destacando hematomas y heridas.


Estancia con Vírgenes.

Una de las representaciones que en esta época alcanzó su cenit fue la de la Virgen María, cuyo culto se vio acrecentado tras el Concilio de Trento. Tanto Fernández como Montañés establecieron los "modelos escultóricos de Inmaculadas", en Castilla: solemne y monumental; y delicada y exquisita, en Andalucía.


En este tramo de la exposición podemos contemplar la Virgen del Rosario de Fernández, realizada en 1621, de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Tudela de Duero (Valladolid).


La Virgen del Buen Consejo, de Martínez Montañés, una imagen perteneciente al retablo de san Juan Evangelista del real monasterio de san Leandro de Sevilla, fechada entre 1632-1635.

La Inmaculada Concepción de G. Fernández de 1625, de la catedral de Astorga (León).


Modelos de santidad

Sala en la que se representan santos, apóstoles, de ambos escultores, y en el centro una gigantesca escultura de san Miguel arcángel, de madera policromada, tallada hacia 1634 por Gregorio Fernández para la iglesia colegial de san Miguel Arcángel de Alfaro (La Rioja).


Los dos maestros fueron muy activos en la representación de santos y santas, ambos fueron "responsables de impulsar a través de sus creaciones la devoción a algunos santos antiguos", y también fijaron los modelos a seguir de los nuevos santos surgidos en el Concilio de Trento, y que se pusieron en primer plano a comienzos del Barroco, como la imagen de san Ignacio de Loyola.


San José y el Niño

San José fue uno de los santos que fue muy favorecido en el Concilio de Trento, iconográficamente se le empezó a representar más joven y con más contacto con Jesús.


En esta sala se presentan dos esculturas, una de ellas debida a Gregorio Fernández, la de la izquierda, de madera policromada, esculpida entre 1623 y 1630 para el convento de la Concepción del Carmen de las madres carmelitas descalzas de Valladolid.


La segunda, la de la derecha, de Martínez de Montañés, de madera tallada, estofada y policromada hecha hacia 1610-1620, para la Real parroquia de santa María Magdalena de Sevilla.


Escultura y pintura

La importancia de la policromía en la escultura de este momento fue trascendental, los escultores se rodeaban de los mejores pintores para decorar sus obras, en el entorno de Gregorio Fernández destaca el vallisoletano Diego Valentín Díaz, con el que tuvo gran relación.


En lo que respecta a Montañés, éste tuvo mucho contacto con Francisco Pacheco y Baltasar Quintero.


Sala de Escultura y pintura

En esta sala encontramos la tentación de san Bernardo de 1615, obra de G. Fernández, de madera policromada, realizada para la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora. Monasterio de santa María de Vallbuena. San Bernardo (Valladolid).


-La tentación de san Bernardo de Diego Valentín Díaz, óleo sobre lienzo, hacia 1635. Procedente del convento de santa Catalina de Valladolid, hoy en la iglesia de san Pablo y san Gregorio de Valladolid.


-Inmaculada de Juan Martínez Montañés, c. 1625, madera tallada y policromada, procede del municipio sevillano de La Campana, hoy en la parroquia de san Julián de Sevilla.


-Inmaculada Concepción con Vázquez de Leca, óleo de Francisco Pacheco, 1621. Procede del convento de santa María del Valle de Sevilla. Hoy col. particular.


-Cristo crucificado. Francisco Pacheco, 1614. Institución Gómez-Moreno. Fundación Pública Andaluza Rodríguez-Acosta. Granada.


Unas estéticas en expansión. La estela de los maestros.

La influencia de ambos escultores se extendió fuera de las fronteras de sus ciudades. En lo que respecta a Fernández, su huella se extendió a Burgos, La Rioja, Palencia, etc., con una "estética basada en un naturalismo no exento de rasgos teatrales y con el peculiar sistema de paños alatonados fernandescos, tomando en muchos casos de manera literal los modelos de este escultor".


Lo mismo ocurre con Montañés cuya , influencia sobre la "plástica sevillana y en parte sobre la de la Andalucía occidental, es fundamental". Muchos escultores se vieron influidos por sus planteamientos plásticos basados en una "concepción de realismo naturalista, mesurado y de fuerte impronta clásica".


En esta sala podemos contemplar la Oración en el Huerto de Andrés de Solares. Un san Sebastián de Francisco Fermín de hacia 1636-37, de la catedral de Palencia. En la capilla aledaña, la cabeza degollada de san Juan Bautista de Juan de Mesa de 1625, del Museo de la catedral de Sevilla.


Paso de la Oración en el Huerto. Andrés Solanes. 1628-30. Madera tallada y policromada. Iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz. Valladolid

Aparece Cristo arrodillado ante un ángel que le ofrece una cruz y un cáliz, símbolo de la Pasión; en la parte posterior Judas con manto amarillo señala con el dedo a Jesús entregándolo a los soldados.


Los grandes modelos

Ambos escultores realizaron modelos que fueron seguidos por muchos artistas de la época. En el caso de G. Fernández, su: Cristo flagelado, Cristo muerto, santa Teresa de Jesús, la Inmaculada, pasos procesionales son ejemplos que ejercieron gran influencia en el momento. Igual ocurrió en el caso de Montañés, con sus Nazarenos, Crucificados, Inmaculadas, santos, que traspasaron fronteras.


Descendimiento de la Cruz. Madera policromada, realizado en 1623 por Gregorio Fernández para la iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid.

Es un paso procesional de gran envergadura y una composición muy original, con un total de siete imágenes, todas ellas inspiradas en la pintura el Descendimiento de Pedro de Campaña de 1547. Se disponen las imágenes de José de Arimatea y Nicodemo en lo alto de dos escaleras, mientras desclavan y bajan el cuerpo inerte de Cristo. En la parte inferior se sitúan la Magdalena y san Juan, mientras la Virgen sentada en un peñasco abre sus brazos en señal de dolor por la muerte de su hijo y para recibir su cuerpo y abrazarlo. El conjunto fue restaurado en 1967 por Juan García Yúdez y Joaquín Cruz Solís.


Presenta una marcada composición diagonal, muy característica del barroco. Destacan dos puntos principales, la figura de Cristo y la Dolorosa, y dividida en dos partes, la superior con Cristo, Nicodemo y José de Arimatea; y la inferior con san Juan, la Magdalena y la Dolorosa, mostrando cada uno de ellos su dolor ante la imagen de Cristo muerto. La escultura de la Virgen María que hoy podemos ver en este paso fue realizada por Pedro Sedano en 1757, sustituyendo a la original que hoy, conocida como Dolorosa de la Vera Cruz, está ubicada en la hornacina principal del retablo mayor de la iglesia de la Vera Cruz de Valladolid y procesiona sola.


Detalle del Descendimiento.

Las figuras están individualizadas, cada una de ellas demuestra su sentir en ese instante. Las figuras visten amplios ropajes, algunos del siglo XVII, con angulosos pliegues alternados con otros más suaves. Son de gran plasticidad y realismo, presentando diversos postizos, como los ojos de cristal, dientes de hueso y uñas de asta, como ya hemos comentado en otras obras.


Cristo es representado muerto, mientras es bajado de la cruz, teniendo las manos desclavadas, no así, los pies que todavía están clavados; el brazo izquierdo aparece extendido, mientras el derecho está flexionado. Cristo está esculpido de manera muy naturalista, con gran patetismo, cubierto con paño de pureza de tela, al igual que el sudario. El rostro denota su padecimiento, con los ojos entreabiertos, y su cuerpo lleno de heridas sangrantes de intensa policromía.


En lo que respecta a José de Arimatea y Nicodemo van vestidos con indumentaria propia del siglo XVII e influenciadas por arquetipos orientales.


Detalle del Descendimiento. San Juan

San Juan, de carnaciones mate y pestañas pintadas, presenta un cabello rizado y rostro imberbe de rasgos suaves. Viste túnica color verde ajustada con un cíngulo y un manto rojo de amplios y angulosos pliegues. Su rostro muestra el dolor que siente ante la escena que está contemplando, esperando recoger el cuerpo de Jesús, que le van a entregar José de Arimatea y Nicodemo.



Sala de los grandes modelos.

En ella podemos contemplar también el magnífico Cristo atado a la columna de Fernández (en la fotografía se observa la espalda de Cristo con una gran llaga); san Jerónimo de Montañés; dos obras también de Montañés: la cabeza de san Juan Bautista, y san Juan Evangelista en Patmos; y en la parte posterior del Ecce Homo, santa Ana con la Virgen, obra de Montañés del año 1633, perteneciente a la iglesia del Buen Suceso de Sevilla. En la capilla del fondo un Cristo yacente de Fernández, junto a dos orantes de Montañés.


Cristo atado a la columna. Gregorio Fernández, 1616-1619, realizado para la iglesia Penitencial de la Vera Cruz de Valladolid.

Perteneciente a un paso procesional del que se desconoce su composición, pudiendo estar compuesto al menos por siete figuras.


Es una de las obras maestras del escultor, que sirvió de modelo posterior a otras muchas obras del Barroco. Destaca por la perfecta armonía, por el realismo de sus heridas y llagas, realizadas con corcho humedecido en barniz, y por el estilizado paño de pureza con pliegue muy volado. Sus manos atadas descansan en una semicolumna dórica de mármol negro.


Detalle del Cristo atado a la columna

Excelente rostro, con el pelo largo, con raya en medio, los ojos de cristal de gran realismo, con la boca entreabierta, con bigote y barba partida.


San Jerónimo penitente. Juan Martínez Montañés. 1604. Iglesia de santa Clara. Hermanas Clarisas Franciscanas de Llerena (Badajoz).

El san Jerónimo es el único resto del retablo mayor del convento de santa Clara, encargado a Montañés hacia 1604.


Es una excelente escultura del maestro jiennense, llena de virtuosismo, de vigor y misticismo del primer barroco. Presenta al santo de rodillas, con una anatomía muy marcada y demacrada debido a su penitencia, portando una piedra en la mano derecha con la que se autodisciplinaba, mientras su brazo izquierdo se eleva enarbolando una cruz a la que dirige su mirada. Se cubre con amplio paño de pureza de acusados pliegues, que deja al descubierto las piernas y el pie derecho. En la parte inferior encontramos el león, que forma parte de su leyenda, en la que curó al animal y este agradecido le acompañó hasta su muerte.


La policromía parece que corrió a cargo del pintor sevillano Juan de Uceda Castroverde.


San Jerónimo penitente detalle

Su rostro está lleno de misticismo, sus ojos miran a la cruz con infinita ternura.


Capilla con Cristo yacente de G. Fernández

En esta capilla se sitúa uno de los Cristos yacentes realizados por Fernández, en este caso es una talla realizada entre 1622-1623, para el monasterio de santa Clara, de Medina de Pomar (Burgos), por orden de doña Juana de Córdoba y Aragón, madre de don Bernardino Fernández de Velasco, condestable de Castilla y duque de Frías y de Medina de Pomar.


Acompañado por dos esculturas orantes de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y su esposa María Coronel, realizadas por el Juan Martínez Montañés hacia 1611-13, provenientes del monasterio de san Isidoro del Campo, Santiponce (Sevilla).


Cristo yacente. Gregorio Fernández. 1622-23. Monasterio de santa Clara. Medina de Pomar (Burgos).

Es uno de los Cristos yacentes mejores tallados por el escultor cuando se encontraba en la plenitud de su creación artística. Se presenta a Cristo yacente sobre un sudario adornado con puntillas, con la cabeza apoyada en un cojín ricamente policromado. Es una imagen a tamaño natural, tallado el cuerpo exento del sudario, con la cabeza ladeada y el cuerpo marcado con las huellas sangrientas de su pasión. Se caracteriza por su gran realismo y para ello utiliza diferentes postizos, cuidando mucho los detalles. Sus ojos entreabiertos, son de cristal; su boca, entreabierta dejando ver los dientes de marfil, parece estar exhalando el último suspiro; las uñas de pies y manos son postizas de asta de bovino; el cabello, muy cuidado con mechas teñidas de un rubio más intenso que el resto del pelo; el paño de pureza, de color azul, está realizado con tela encolada, con pliegues pronunciados y angulosos.


"Los Cristos yacentes de Fernández llaman la atención por combinar un fuerte realismo en la ejecución de los músculos, el cabello, el rostro y las manos, con una extraordinaria elegancia en la colocación, con el cuerpo en leve curva, la cabeza vuelta hacia el espectador, la pierna izquierda elevada para descansar sobre la derecha para enriquecer el contorno de la figura. La policromía, ejecutada por pintores profesionales, acrecenta la fuerza emocional de la representación".


Detalle del Cristo yacente

Gregorio Fernández se complace en la captación y contemplación del desnudo humano para convertirle en divino. Si bien la figura permite su contemplación desde todos los puntos de vista, hay uno que ofrece la visión más completa: el lado derecho, donde está la herida del costado, hacia donde vuelve la cabeza y se eleva la pierna izquierda, ofreciendo plena desnudez.


Detalle del rostro de Cristo yacente.

El centro emocional se concentra en el rostro, de facciones afiladas, ojos entreabiertos de cristal, con las cuencas hundidas y la mirada perdida; la boca entreabierta con dientes de hueso y labios amoratados. La talla de la barba y del cabello demuestra un extraordinario virtuosismo, los característicos mechones sobre la frente y una barba de dos puntas que al igual que los cabellos aparece minuciosamente tallada formando rizos.





Hasta aquí un pequeño paseo por esta gran exposición en la que nos pone en evidencia a Gregorio Fernández, como maestro del barroco castellano, y a Martínez Montañés, en la escuela andaluza, escultores que crearon modelos e iconografías que se convirtieron en prototipos repetidos a lo largo de los siglos.


Espero qué os haya gustado, no dejéis de visitarla. Hasta el próximo vuelo.




BIBLIOGRAFÍA:


-Catálogo de la Exposición: Gregorio Fernández-Martínez Montañés, el arte nuevo de hacer imágenes. Catedral de Valladolid, 12 nov. 2024- 02 mar. 2025.


-MARTÍN GONZÁLEZ, J.J.: El escultor Gregorio Fernández. Madrid, Ministerio de Cultura, 1980.


-MARTÍN GONZÁLEZ, J.J.: Escultura barroca en España: 1600-1700. Manuales de Arte Cátedra, 1998, pp. 42-68.


-MARTÍN GONZÁLEZ,J.J.: Escultura barroca castellana, Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, 1971.

- Guía Museo Nacional de Escultura. 2009.


- AGAPITO Y REVILLA, Juan: Los grupos de La Piedad de Gregorio Fernández…, Boletín del Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid, Valladolid, 1930, nº 21, pp. 98-99.


-JUÁREZ, F.J.: Escultor Gregorio Fernández (1576-1636), 2008.






- ROLDÁN SALGUEIRO, Manuel Jesús: Juan Martínez Montañés y su Obra Sevillana. Sevilla. Editorial Maratania. 2015.


- HERNÁNDEZ DÍAZ, José: Juan Martínez Montañés (1568-1649). Sevilla: Ediciones Guadalquivir. 1987.


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