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"Los felices azares del columpio". Una obra rococó francesa, llena de picardía y sensualid

La mujer rococó es sensual, es una mujer de carne y hueso, sexy, alegre y juguetona. Aunque es una diosa, es una diosa humanizada. Ella refleja perfectamente la imagen que la aristocracia del siglo XVIII, en la corte de Luis XV, tenía de sí misma.

Uno de los alicientes que tiene la ciudad de Londres es la posibilidad de visitar antiguas mansiones de nobles o personas ilustres para contemplar las antiguas colecciones de arte que fueron atesorando en sus domicilios particulares. En muchas de ellas encontramos verdaderas obras maestras que ocupan un lugar preferente en la historia del arte mundial. Una de estas colecciones es la que sir Richard Wallace reunió en su mansión de Hertford House en Manchester Square. Una verdadera delicia, tanto el museo como la obra que nos ocupa.


Tras la muerte de sir Wallace en 1890, su viuda Amélie Julie Charlotte Castelnau la legó a la nación siete años más tarde; convirtiéndose en 1900 en Museo estatal. Ya hemos comentado alguna obra conservada en él; hoy hablaremos de este pequeño óleo sobre lienzo ( (81 cm x 65 cm), conocido con el nombre de “El Columpio” o “Los felices azares del columpio”.


Según las memorias del escritor Charles Collé, en 1767 un noble de la Corte de Luis XV: François-David Bollioud de Saint Julien, barón d’Argental y Receptor General del Clero, pidió al pintor Gabriel-François Doyen que realizara un retrato de su amante columpiándose, empujada por un obispo, mientras un joven (en realidad Saint Julien) recostado sobre la hierba, admiraba las piernas de la joven. Doyen no consideró oportuno realizar una obra tan provocativa y le pasó el encargo al pintor francés Jean Honoré Fragonard (1732-1806), quien realizó un óleo dentro del estilo rococó imperante en esa época.

Lo más importante en esta obra es la plasmación de la vida de la nobleza francesa existente en la corte del rey Luis XV. Una sociedad llena de sensualidad en la que era muy común el adulterio, los matrimonios por conveniencia, la diversión desenfrenada. El goce de los sentidos y los amores prohibidos imperaban en ese mundo, la vida era corta y había que gozarla lo máximo posible.


La pintura galante plasmó perfectamente esta sociedad privilegiada con unas composiciones alegres, frescas y sensuales, donde la mujer se convirtió en el foco de inspiración; y Jean-Honoré Fragonard supo interpretar de manera magistral.

Estamos ante una escena galante en estado puro. El pintor ha utilizado una composición piramidal presentando a tres personajes en un frondoso bosque. En el centro una joven damisela se columpia; a la derecha, entre la penumbra del bosque, un hombre mayor empuja el columpio; mientras, a la izquierda semiescondido entre la vegetación, un joven dirige su mirada embelesada hacia la joven. En la escena también aparece Cupido el cual se lleva la mano a los labios en señal de silencio.


Es la alegoría de los amores secretos en la alta sociedad de la época. Una sociedad que pocos años más tarde sería suplantada por una revolución que terminaría con el lujo, las fiestas y los excesos de la corte francesa del siglo XVIII.


La sensual dama, iluminada por la luz que se filtra a través de la tupida vegetación se columpia mientras su vaporosa falda se levanta mostrando sus piernas. Con un ademán picarón lanza su escarpín al aire en un claro gesto sensual. En frente de ella, y sobre un pedestal, vemos la figura de Cupido pidiendo silencio, indicando que el amor entre los jóvenes es secreto.


La joven dirige su mirada picarona hacia el joven que se encuentra a sus pies. Su rostro denota la gran alegría que siente en ese momento al ver a su amante y sentirse amada. En su tocado y en su vestido se resume el arte rococó, con sus colores claros y delicados.

La joven lanza con gran coquetería su pequeño escarpín al aire y con ese sensual movimiento deja entrever sus medias y su liguero; hacia donde dirige su embelesada mirada el amante que levanta su sombrero de tres picos hacia su amada.


La pincelada es espontánea y cargada de empaste. Los colores son tonos pastel tan típicos del estilo rococó. El vestido de la joven es magnífico en los detalles, contrastando con el fondo lleno de vegetación. Hasta el bosque repleto de flores y vegetación, que parece abrazar a los personajes, da sensación de sensualidad.

El columpio es movido por medio de unas cuerdas por un segundo personaje casi oculto en la esquina derecha. Según las memorias de Doyen se trata de un obispo (no olvidemos que el supuestamente encargante de la obra, Saint Julien, era receptor General del Clero), pero para algunos historiadores del arte se trata en realidad del anciano marido de la joven que impulsa el columpio en el que ella va y viene hacia él y hacia su amante (que yace rendido a sus pies) en un claro doble juego erótico.


Ya hemos comentado que la sociedad rococó era muy permisiva; el adulterio era aceptado como algo natural en las clases altas. Los matrimonios de conveniencia entre hombres mayores y jovencitas eran muy frecuentes, simplemente se aseguraban la descendencia y tras lograrla no importaba demasiado la vida sexual del matrimonio. Muchas jóvenes esposas buscaban amantes de su misma edad o incluso más jóvenes.

Detalle de la parte inferior del lado derecho, en donde vemos un perrito de color blanco algo asustado. Generalmente la figura del perro significa fidelidad, en este caso el perro está nervioso ladrando, dándose cuenta de lo que está pasando en la escena: la infidelidad de su dueña.

A la izquierda, recostado en el árbol donde se halla Cupido y rodeado de florecillas, aparece un joven elegantemente vestido que está contemplando embelesado a la pícara dama. Este joven se ha identificado como el barón Saint Julien, el noble que encargó la pintura. El intercambio de miradas entre los dos jóvenes es muy significativo.


En las memorias de Doyen pone bien claro como Saint Julien quería ser representado: “Je dèsirerois, continua-t-il, que vous peignissiez madame sur une escarpolette quùn éveêque mettrait en branle. Vous me placerez de façon, moi, que je sois á portée de voir les jambes de cette belle enfant…”: “Deseo que pintéis a madame sobre un columpio empujado por un obispo, y me colocaréis a mí de manera que vea las piernas de esta bella niña”.


Erotismo y voyeurismo puro.


En resumen estamos ante una obra en la que el manejo de la pintura es exquisito, expresando fehacientemente lo que significó el Rococó en la Francia de Luis XV.




BIBLIOGRAFÍA


- Duffy, Stephen, y Hedley, Jo, los cuadros de la colección de Wallace. Un catálogo completo, Londres: Unicorn Press 2011, págs. 158.161


-BONHOME, Honoré: Journal et Memoires de Charles Collé, sur les homes de letters. Les ouvrages dramatiques et les événements les plus memorables du régne de Louis XV (1748-1772), tomo troisiéme, Paris, Librairie de Firmin Didot Frères, fils et Cia, 1868: https://books.google.es/books?id=9ZBcAAAAMAAJ&pg=PA165&redir_esc=y#v=onepage&q&f=true, pp. 165-166



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