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LAS HOJAS SECAS. HISTORIAS DE MI JARDÍN ENCANTADO.

Abrió la ventana sintiendo la humedad que llegaba del jardín, de su solitario jardín; había llovido toda la noche y parte del día, todo estaba húmedo, y el olor a hierba mojada penetraba por la ventana abierta e inundaba todos los rincones de la casa; el fresco que se colaba por la ventana abierta le alivió ese dolor de cabeza, que resistía en abandonarla. Volvió su mirada hacia el jardín, las sombras poco a poco iban posándose sobre las hojas muertas, caídas durante la noche. Sintió que el viento le susurraba al oído, pero no entendió su mensaje, hablaba demasiado deprisa, mañana charlaría con él, a ver que le contaba de su amigo Glok y sus compañeros, los seguía echando de menos, pero el destino de cada uno estaba escrito y no se podía cambiar. “Cuantas hojas caídas, habrá que recogerlas cuando deje de llover”, se dijo así misma. “Que pronto se hace de noche”, pensó, “hasta la luz tiene prisa por irse a dormir, cada día se recoge antes”. Seguía hablando consigo misma, era una buena autoconversadora, a veces por la calle la gente la miraba con extrañeza, pero a ella no le importaba, por eso era una buena autoconversadora, el hablar le quitaba la angustia que a veces anidaba en sus entrañas, y eso que ahora estaba muy contenta con su amigo Pancracio, por lo bien que se había portado, tenía que ponerle perejil, se lo merecía.

Bueno, se dijo, cambiando de conversación, a ver si el cierzo se acuerda de visitarnos y se lleva esas negras nubes que nos impiden contemplar a nuestro querido Manolo mañana, tan alegre y dicharachero, se le echa de menos, tantos días sumidos en esta oscuridad no es bueno para la salud. Un escalofrío recorrió su cuerpo, lentamente cerró la ventana y volvió al calor del hogar.



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