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Francisco de Goya y Ramón Bayeu en la iglesia del convento de san Joaquín y santa Ana. Valladolid.

Valladolid es una preciosa ciudad llena de historia, entre 1601 y 1606, en tiempos de Felipe III, fue capital de España, y en ella podemos visitar su casco antiguo, con palacios, iglesias, de las que destaca la de san Pablo, la catedral de Nuestra Señora de la Asunción; y como no, el magnífico Museo Nacional de Escultura. Pero hoy vamos a visitar el sorprendente convento de san Joaquín y santa Ana, que encierra un patrimonio histórico-artístico excelente y desgraciadamente desconocido para muchos.


En él podemos admirar, entre otras muchas obras, seis pinturas de dos de los pintores aragoneses más relevantes de la historia de Aragón: Ramón Bayeu y Subías, y, sobre todo, las únicas obras que se conservan en Castilla y León, de nuestro pintor más genial y universal: Francisco de Goya y Lucientes. Os invito a visitarlo.


El convento primitivo fue fundado en 1596 por Alfonso VII, y construido por el arquitecto Francisco Praves, para acoger a una comunidad de religiosas Bernardas recoletas cistercienses, provenientes del monasterio cisterciense de santa María de Perales de Palencia, que en ese año llegaron a Valladolid. Pasó el tiempo y, en 1777, las religiosas, viendo el deterioro del convento, pidieron ayuda al rey Carlos III (el monasterio era fundación de patronato regio) para que construyera un nuevo monasterio. El proyecto fue encargado al arquitecto real Francisco Sabatini, uno de los principales artífices de la renovación de Madrid durante la segunda mitad del siglo XVIII (autor, entre otros, del Palacio Real, de la Real basílica de san Francisco el Grande y de la Puerta de Alcalá de Madrid), quien realizó un edificio en estilo neoclásico. Las obras comenzaron en 1780, siendo el director de las mismas el arquitecto Francisco Balzania; inaugurándose en 1787.


El edificio, declarado Monumento Histórico-Artístico Nacional en 1956, es uno de los grandes desconocidos de Valladolid. Actualmente en él habita una comunidad de monjas que pertenece a la Orden Cisterciense de san Bernardo o de Castilla, siendo también el edificio sede de la Cofradía del Santo Entierro y museo de arte sacro, custodiando más de ocho mil piezas entre pintura, escultura, joyas y ornamentos sagrados, de las cuales solo unas mil doscientas están expuestas. Entre ellas destacan el Cristo yacente de Gregorio Fernández, la Dolorosa de Pedro de Mena, y los seis lienzos que se conservan en el interior de la iglesia del monasterio, que ya os he comentado y que vamos a ver a continuación.

El exterior del edificio es muy sobrio, sin ninguna decoración, con la excepción del molduraje de placas que recorre sus muros y articulan la fachada. Del primer edificio se conserva la figura de Santa Ana del S. XVI en una hornacina, y el escudo con las Armas Reales colocado en 1785 en el frontón.

Del conjunto monástico destaca el templo, de estilo neoclásico. Tiene planta ovalada cubierta con cúpula en la que se abren óculos y una estrecha linterna cilíndrica.

El arquitecto Sabatini introdujo en esta obra un concepto arquitectónico que el mismo denominó “concepto de ilusión óptica”. Desde el centro de la iglesia la cúpula parece ovalada, en cambio desde los ejes mayores su forma es semiesférica. En ella se abren una serie de óculos distribuidos de tal forma que la luz incide por la mañana en los tres lienzos de Goya y por la tarde en los tres de Bayeu.


La Iglesia se organiza por medio de pilastras toscanas de orden gigante que sujetan un gran entablamento sobre el que nace la cúpula. El pórtico es cuadrado, al igual que la capilla mayor que está cubierta por otra cúpula.

Vista del templo hacia los pies. En los muros podemos ver las estrechas capillas en donde se ubican las obras que vamos a comentar.


Sabemos que estas pinturas fueron encargadas a los pintores aragoneses que estaban contratados en la Real Fábrica de Tapices por el mismo rey Carlos III. El 12 de abril de 1787 el propio arquitecto Sabatini comentó: “en caso de acceder S.M. a la solicitud de la Comunidad, podrán encargarse los seis que se necesitan a los pintores don Ramón Bayeu y don Francisco de Goia respecto de que gozan sueldo y tengo confianza de su habilidad a quienes luego que se les pase la orden daré las dimensiones y noticias que necesitan para su desempeño”.


Poco tiempo después, el 6 de junio, Goya le escribió a su amigo Martín Zapater comentándole: "Para el día de Santa Ana (26 de julio) an de estar tres quadros de figuras del natural colocados en su sitio y de composición, el uno en tránsito de San Josef, otro de San Bernardo y otro de Santa Ludgarda, y aún no tengo empezado nada p´ tal obra y se a de acer porq lo ha mandado el rey, conq mira si estaré contento…". La obra la tenían que tener terminada en tres meses, pero la inauguración del templo se retrasó, ya que no lo fue el día pactado, pero sí estaban colocados en sus altares el día 1 de octubre, día en el que se realizó la bendición de la iglesia.


En el centro del templo podemos ver una estrella roja de ocho puntas. Según dicen quien se coloca sobre ella, se ve favorecido por las energías telúricas que de ella emanan (os la señalo con una flecha roja). Para algunos esta estrella, elemento relacionado con los templarios, fue colocada por el propio Sabatini para dejar su impronta en este edificio.


Otra curiosidad que podemos comentar de este templo, es que en él se han realizado exorcismos por parte de religiosos autorizados por la iglesia. Como veis es una iglesia con una historia algo misteriosa. Yo me coloqué en la estrella, y tengo que decir que lo único que sentí fue una gran emoción al contemplar la obra de nuestros paisanos Bayeu y Goya.

Alrededor de la iglesia se distribuyen, entre pilastras toscanas, seis capillas-hornacina que acogen otros tantos retablos, de madera imitando mármol, con los seis lienzos de los pintores aragoneses. No hay duda que hubo cierta rivalidad entre los integrantes de la familia Bayeu y Goya, casado en 1773 con Josefa Bayeu, y por tanto cuñado de éstos. Goya siempre tuvo una relación difícil con su cuñado Francisco, hermano mayor de la Saga Bayeu. Una relación llena de rupturas y reconciliaciones. Francisco, cuando Ramón y Goya, llegaron a Madrid, ya tenía una posición en la Corte. En 1767 fue nombrado pintor de Cámara de Carlos III.


Quedando huérfanos a edad muy temprana y siendo Francisco Bayeu el mayor de los hermanos, éste se convirtió en el protector de todos ellos. Por su parte Ramón Bayeu, siguió la huella de su hermano, convirtiéndose durante toda su vida en su ayudante y discípulo; en cambio Goya tenía sus propias ideas y en muchas ocasiones la relación entre ellos fue tensa. Francisco Bayeu intercedió ante Carlos III para que nombrasen a su hermano Ramón, pintor oficial de la Real Fábrica de Tapices; por su parte, el pintor Mariano Salvador Maella, lo hizo para que designaran a Francisco de Goya y Lucientes. Gracias a sus recomendaciones el 25 de junio, Ramón y Goya, fueron nombrados “pintores reales de diseños para los Tejidos de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara y otras cualesquiera cosas que se les mande para el real servicio”.


La rivalidad entre Ramón Bayeu y Goya, como ya hemos comentado, era patente, y se acentuó más al obtener Goya, el 25 de abril de 1789, el título de “pintor de Cámara”, nombramiento que Ramón no obtuvo hasta el 22 de julio de 1791. Al encargarles los lienzos del convento de san Joaquín y Santa Ana, Ramón quiso demostrar su valía frente a su cuñado Goya, trabajando sus lienzos con gran esmero, pero podemos ver claramente quien salió triunfador en este “concurso”. La capacidad de Goya quedó bien patente en estas obras.


El programa iconográfico parece que fue impuesto por la Comunidad de religiosas, ya que los santos que tuvieron que representar los pintores eran santos relacionados con la Orden benedictina-cisterciense (cuatro de los seis lienzos), y en los otros dos (colocados en el centro de ambos muros laterales) Bayeu pintó a la Virgen con san Francisco y san Antonio de Padua, en el lado del Evangelio; y, en correspondencia con éste, en el lado de la epístola, Goya plasmó la muerte de san José.


En el lado de la epístola podemos admirar los tres lienzos que realizó Francisco de Goya: Santa Ludgarda, la muerte de san José; y los santos Bernardo y Roberto. Las pinturas realizadas por Goya tuvieron sus detractores, llegando incluso a afirmar que eran “sosas y más propias de un artesano que de un artista”. Fue Camón Aznar el primero en valorarlas, afirmando que marcaban la madurez de Francisco de Goya como pintor religioso.


El escritor y director del Museo de Escultura de Valladolid Francisco de Cossío nos describe los cuadros de la siguiente forma: “No existen en Valladolid otras obras pictóricas que posean el interés de estos tres Goyas de Santa Ana. Representan los lienzos a San Bernardino, Santa Ludgarda y el Tránsito de San José. Le fueron encargados por el rey el año de 1787, y Goya debió pintarlos con cierta precipitación, pues la obra había de estar terminada en la fiesta de Santa Ana, y aún no se había comenzado en los primeros días de junio. Sin embargo, acusan la técnica sólida y segura del maestro, que ya en un período de madurez pinta con suprema facilidad; y, dentro de los caracteres de la pintura religiosa de este artista, presentan algunas notas especiales, de sumo interés, para estudiar un momento, quizá, único en su técnica. Admira en estos tres lienzos el equilibrio que se observa entre las ideas y el medio de expresión, y en la Santa Ludgarda, especialmente, blanca figura envuelta en una dulce claridad, ultraterrena, llega el pintor a la cumbre de la inspiración mística”.

Entrando a la iglesia la primera pintura que podemos contemplar es el lienzo con Santa Ludgarda, una de las principales reformadoras, en el siglo XIII, de la Orden Cisterciense, y una de las místicas más importantes de los siglos XII y XIII. La santa fue llevada con doce años a un convento de monjas Bernardas sin tener muestras de vocación religiosa. Años más tarde, tras tener una experiencia mística con el crucificado que le mostró la herida de su costado, entró en la Orden del Cister totalmente cambiada, dedicando su vida a la oración y a la meditación, teniendo episodios místicos con el Crucificado y con la Virgen María; convirtiéndose, asimismo, en una de las propagadoras de la devoción al Corazón de Jesús.

Goya la ha representado arrodillada ante el crucificado, mirándolo fijamente, en un momento de profundo éxtasis y abriendo sus brazos en actitud de oración y devoción. La luz envuelve a la santa, como símbolo de la pureza de su alma, al igual que la simbolizan las rosas y azucenas que cubren el suelo. Es una escena muy relacionada con el misticismo del Barroco español, recordando el arte de Zurbarán.

Detalle de Santa Ludgarda. Viste un amplio hábito blanco, cubriéndose con el velo negro del Cister, rodeada por un halo de santidad que ilumina su rostro. Esta obra, como la que luego veremos de san Bernardo, nos recuerda los “hábitos de luz” de Zurbarán, el virtuoso pintor del color blanco.


Tal y como comentó el escritor Francisco Cossio: “…en la Santa Ludgarda, especialmente, blanca figura envuelta en una dulce claridad, ultraterrena, llega el pintor a la cumbre de la inspiración mística”.


En el centro del muro de la epístola pintó la muerte de san José. La figura de san José es la gran desconocida, siempre situado en un segundo plano. La última vez que los Evangelios lo citan es en el episodio narrado por san Lucas (Lc 2,41-52), cuando Jesús, en una visita a Jerusalén, a la edad de doce años se perdió y fue encontrado en el templo hablando con los doctores. Nada se comenta acerca de su muerte, pero en líneas generales se cree que murió antes de que Jesús comenzara su vida pública. En la historia apócrifa de “José el Carpintero”, se apunta que murió a los 111 años, siendo acompañado en su muerte por Jesús, quien lo asistió y consoló.

Para pintar este lienzo, Goya realizó varios bocetos. En el de la imagen es el que actualmente se conserva es el del Flint Institute or Arts de Michigan. Esta obra era propiedad del historiador del arte Aureliano de Beruete y Moret, la viuda de Beruete la vendió en 1929 al coleccionista de arte alemán, Otto Gerstenberg. Siendo adquirida en 1967 por el mencionado Instituto de Michigan.


En este boceto vemos uno de los primeros proyectos para el lienzo. En donde representa a san José aún vivo, rodeado de Jesús y María, y unos ángeles revoloteando en la cabecera del lecho. Finalmente la escena la simplificó, solo presentando a san José que acaba de expirar en compañía de Jesús y la Virgen, eliminando el detalle barroco de los angelotes.


Fotografía: Wikiart.

La muerte de san José es una obra de importante dentro de la obra de Goya. Al morir en diciembre de 1781 el padre del pintor, se ha querido ver que en ella Goya ha representado realmente la muerte de su padre, José de Goya, como un homenaje hacia él. El rostro del padre putativo de Jesús pudiera ser el del padre de Goya; el de la Virgen, a su vez, el de su madre Gracia de Lucientes; y la figura de Cristo podría ser el primer autorretrato que se hizo Goya de cuerpo entero, ya que el rostro de Jesús es realmente el del pintor aragonés.


La escena se desarrolla en el interior de una habitación iluminada por el rayo de luz que incide, desde el ángulo superior izquierdo, en la Sagrada Familia. San José, en el lecho, centra la composición. Goya lo ha representado en el momento de expirar. Su vacía mirada aún se dirige hacia su hijo, y en su mano derecha se observa el movimiento que ha realizado para tocar la de Jesús, para sentir su calor antes de morir. A su vez, Jesús, con el rostro serio y doliente, abre sus brazos como acogiendo el alma de san José, con un gesto de protección y oración. En la parte posterior, María, cubierta con un manto azul, dirige su triste mirada hacia su hijo, abriendo sus brazos en un gesto de dolor.

La escena es sobria en todo su conjunto, y como dijo el mismo Goya es una pintura de “estilo arquitectónico”: “formada por la línea vertical de Cristo, la diagonal de María y la horizontal de José”.


Es de destacar el tamaño de las figuras, tratadas como si fueran esculturas, con sus pliegues, el juego de luces y sombras. La armoniosidad del colorido, azul para el manto de la Virgen, los ocres de la cama, el gris azulado de la túnica de Jesús, contrastando con la blanca sábana sobre la que yace el santo.


El historiador de arte don Valentín Sambricio afirmó que Goya recibió los elementos necesarios para realizar estas obras (pinceles, pinturas, etc...); y también paños, lo que refleja que Goya vestía con ellos a maniquíes para estudiar y plasmar los efectos que las luces y las sombras reflejaban en las telas, así como los pliegues que se formaban.

La tercera obra de Goya representa a dos de los santos más importantes de la Orden Cisterciense: San Bernardo de Claraval y san Roberto de Molesmes. Ambos santos fueron muy importantes para la Orden. San Roberto fundó el Cister en 1098; pero el protagonista del desarrollo de esta Orden por toda Europa fue san Bernardo, el cisterciense más sobresaliente del siglo XII, pues aun no siendo fundador, es considerado su maestro espiritual.


San Bernardo tuvo una vida intensa, su influencia y sus ideas se vieron reflejadas en su Orden. Para él los monjes debían de vivir según la Regla de san Benito, volviendo a la primitiva humildad del religioso y basándose en dos principios principales: la oración y el trabajo (Ora y labora).


En el lienzo pintado por Goya nos presenta a ambos santos cistercienses curando a un “tullido”. Como curiosidad deciros que hacia 1967 esta obra fue utilizada en un sello de Panamá.

En la obra podemos ver a tres figuras sobre un fondo oscuro. El principal personaje es san Bernardo, vestido con un amplio hábito blanco con grandes mangas, pintando con gran detallismo los pliegues del mismo. El santo se inclina hacia adelante bendiciendo con su mano derecha a un “tullido” que se encuentra postrado a sus pies y con actitud de recogimiento; a la izquierda san Roberto sostiene en su mano derecha un pequeño recipiente de cerámica, símbolo de caridad hacia los necesitados (dar de comer y beber al sediento).


San Bernardo irradia una potente luz, y sobre su cabeza podemos ver el símbolo de taumaturgo: la estrella brillante. En esta obra, Goya se aleja del esquema barroco, acercándose más hacia un academicismo, pero sin olvidar la huella naturalista de Zurbarán, sobre todo en la representación de los hábitos y las telas.

La escena está tratada con gran naturalismo, con un estilo minucioso y detallista.

En el lado del evangelio, encontramos las tres obras encargadas a Ramón Bayeu; Santa Escolástica, la Inmaculada con san Francisco y san Antonio y san Benito. Su obra está muy influenciada por el estilo de su hermano Francisco, quien dirigió su formación y desarrollo artístico.

Santa Escolástica de Nursia está situada en la primera capilla del lado del Evangelio a continuación de la cabecera. Escolástica era la hermana gemela de san Benito y cuando su hermano fundó el monasterio de Montecassino, ella instauró cerca de éste, el monasterio femenino de Piumarola, pasando a ser abadesa del mismo. Es considerada la primera monja benedictina, aunque no está documentado.


La santa es representada de frente, arrodillada sobre una nube y con los brazos abiertos, inclinando la cabeza ligeramente hacia la izquierda. Está rodeada por una luz dorada y una corte celestial. La escena es muy del estilo de las decoraciones del Palacio Real realizadas por Antonio Rafael Mengs, en donde se representa al personaje iluminado y rodeado por coros angélicos con sensibilidad dieciochesca, contrastando con los fondos poco iluminados y más realistas de las pinturas realizadas por Goya, enfrente de ella.


Delante del pecho de la santa vemos una paloma volando, que según cuenta la leyenda se le apareció a su hermano cuando Escolástica murió. A la derecha, uno de los angelotes porta el báculo de abadesa del monasterio que ella misma fundó. En la obra podemos ver reflejado el espíritu dieciochesco, la influencia de Rafael Mengs y de su hermano Francisco Bayeu.


Existe un dibujo preparatorio, procedente de la colección real, en el Museo del Prado, pero no está expuesto.

En el centro del lado del Evangelio, en un lugar especial, Bayeu pintó una Inmaculada junto a san Francisco y a san Antonio, enfrente mismo de la muerte de san José de Goya, en correspondencia con ésta.


El dogma de la Inmaculada fue decretado en 1854, pero ya con anterioridad había sido defendido y refutado por muchos. La devoción a la Inmaculada Concepción en España era muy intensa, adquiriendo más relieve al ser proclamada patrona de España, el 25 de diciembre 1760, por petición de Carlos III al Papa Clemente XIII, mediante la Bula Pontificia “Quantum Ornamenti”.


Centra la composición la Virgen María, en su advocación de la Inmaculada. Representada de pie, rodeada por una luz dorada. Se trata de una mujer joven de delicado rostro ovalado, que transmite una serena dulzura, acentuando esta sensación al bajar sus ojos en una actitud humilde y juntar sus manos en señal de oración. Viste túnica blanca envuelta con un manto azul, cubriendo sus cabellos con un velo de tono neutro. Se alza sobre un cúmulo de nubes, en el que apoya una de sus rodillas, mientras con la otra pierna aplasta con el pie la serpiente que presenta una manzana en su boca (símbolo del pecado). A sus pies un angelote señala la serpiente y apoya su mano derecha en una calavera, símbolo de la muerte (serpiente y manzana, igual a muerte). El angelote nos está explicando que la causante de la muerte de la humanidad es la serpiente, que lleva en su boca la manzana, causa del Pecado Original.


Esta Virgen está muy cercana a las Inmaculadas realizadas por su hermano Francisco en el convento de los Agustinos de Granada, y en el palacio del Pardo de Madrid. En la parte superior, a ambos lados de la Virgen un coro de ángeles acompaña a la escena, iluminada con tonos dorados.


En la parte inferior, de tonos más oscuros, se sitúan los dos santos, flanqueando a la Virgen. A la izquierda aparece san Francisco arrodillado sobre una grada mirando fijamente a la Virgen mientras abre sus brazos mostrando sus llagas. A la derecha, san Antonio, con la vara de azucenas en su mano izquierda, mientras se lleva la derecha al pecho en actitud de respeto.


Por último, Bayeu pintó a san Benito, fundador de la Orden benedictina.


San Benito, nació en la localidad italiana de Nursia, en el seno de una rica familia, su hermana gemela Escolástica (que ya hemos visto), también alcanzó la santidad. En 529 fundó el monasterio de Montecassino, escribiendo una Regla para la vida monástica, cuya difusión le valió el título de patriarca del monacato occidental, ya que su “Santa Regla” sirvió de inspiración a muchas comunidades religiosas.


San Benito, está representado en edad madura, con larga barba blanca y elevando su mirada hacia lo alto. Viste amplio hábito negro, con grandes mangas; sosteniendo en su mano izquierda el báculo como abad del monasterio de Montecassino. Esta sentado sobre una algodonosa nube que le sirve de trono; y rodeado, al igual que su hermana Escolástica, de una corte de ángeles, uno de los cuales le sostiene el libro de la Regla de su Orden.


En la parte inferior el pintor ha plasmado un pasaje de la vida del santo: cerca de Sabino vivía un sacerdote llamado Florencio que conociendo la fama de san Benito y cegado por la envidia que sentía por ello, le mandó un pan envenenado como obsequio. El santo descubrió el engaño y a la hora de la comida, Benito pidió a un cuervo, que todos los días acudía a la hora de la comida a su cueva, que se llevase el pan envenenado: "En nombre de nuestro Señor Jesucristo toma este pan y arrójalo a un lugar donde no pueda ser hallado por nadie", y así lo hizo el ave.

Por último comentar el retablo mayor, que se estructura por medio de cuatro columnas corintias que sostienen un entablamento.

En la hornacina central podemos contemplar el conjunto escultórico de San Joaquín, santa Ana y la Virgen, realizado a finales del siglo XVIII.

Como dato curioso deciros que en este templo fue estrenada “para el mundo por los profesores y directores de orquesta ERNESTO MONSALVE y TIMO J. HERRMANN, la legendaria Cantata K. 477ª de W. A. MOZART Y A. SALIERI, redescubierta en Praga en diciembre de 2015, ante las autoridades y el público de Valladolid. 1 de septiembre de 2016”. Tal y como podemos leer en una placa conmemorativa en la entrada a la iglesia.


Hasta aquí el recorrido por esta preciosa iglesia. Espero que os haya gustado y la visitéis si tenéis oportunidad, así como su excepcional museo.


Hasta el próximo vuelo.



BIBLIOGRAFÍA:


-GASSIER, Pierre; Y WILSON, Juliet: Vida y obra de Francisco de Goya. Reproducción de su obra completa: pinturas, dibujos y grabados. Barcelona, Ed. Juventud.S.A. 1974.


-“La obra pictórica completa de Francisco de Goya”. Clásicos de Arte nº 17. Barcelona, Noguer-Rizzoli editores, 1976.


-GOYA, Francisco de: Diplomatario, Zaragoza, Librería General, 1981.


-COSSIO, Francisco de: Guía de Valladolid y provincia (1922), Grupo Pinciano, Valladolid, 1990.


-Catálogo de la obra de Goya:

http://www.fundaciongoyaenaragon.es/goya/obra/catalogo


- GÓMIZ LEÓN, Juan José: “Goya (1746-1828). Su vida y sus obras, familia y amistades. Circunstancias de su tiempo y semblanzas de los personajes más relevantes. Revisión actualizada para un ensayo de biografía integrada”, Madrid, MMX.


-REDONDO CANTERA, María José: La “Muerte de San José”, de Goya, en el monasterio de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid. Propuestas para sus fuentes, Estudios de historia del arte: homenaje al profesor de la Plaza Santiago, Valladolid, 2009, pp. 245-252.


- MORALES Y MARÍN, J.L.: Los Bayeu, Zaragoza, Instituto Camón Aznar, 1979.


-ANSÓN NAVARRO, Arturo: Francisco Bayeu y sus discípulos. Zaragoza, Cajalón, 2007.


-Catálogo: Las Edades del Hombre. Monasterio de san Salvador . Oña (Burgos), 2012.


-ANSÓN NAVARRO, Arturo: Los Bayeu, una familia de artistas de la ilustración. Zaragoza, Caja de la Inmaculada, 2012.


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