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Amparo.


Era muy temprano, como todos los días, aunque hoy se veía más trasiego en el viejo cementerio de Torrero. A Amparo no le importaba el calendario, Cada mañana acudía a conversar con Martín; hacía ya veinte años que le había dejado sola, con el mandil puesto y la mesa servida.


Día a día, vestida de riguroso luto, acudía al antiguo camposanto para recargar el alma y poder seguir viviendo en esa soledad profunda y llena de silencios.


Todas las mañanas se sentaba en la fría losa de mármol blanco, y le contaba a su Martín las pequeñas anécdotas de su encogida vida.


Era uno de noviembre, día de Todos los Santos, el cementerio estaba a rebosar de familiares visitando a sus seres queridos. Ella solo tenía a Martín; su Martín, al que seguía esperando con el mandil puesto y la mesa servida.


En ese triste cementerio, Amparo guardaba todos sus recuerdos, su alegría, su tristeza, su pasado y su futuro, bajo una fría losa en donde reposaba Martín; su Martín. Para ella todos los días era uno de noviembre.


Fotografía: Gerardo Sancho Ramo. Cementerio de Torrero, Zaragoza, años 60 del siglo XX. A.H.P.Z.

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