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La Anunciación. Una delicada obra del pintor aragonés José Luzán Martínez.


En la exposición celebrada en la Diputación de Huesca se exhibía una pequeña obra del pintor José Luzán. Obra que se conserva en la sala capitular de la iglesia parroquial de san Miguel de los Navarros de Zaragoza.


José Luzán Martínez fue uno de los pintores más importantes del siglo XVIII en Aragón, maestro de Francisco de Goya y Francisco Bayeu, entre otros artistas, que aunque desarrolló una intensa actividad pictórica, su figura queda algo relegada ante sus discípulos.


En la fotografía podemos ver la sala donde se situaba la obra, al lado de dos magníficas Inmaculadas realizados por los hermanos Bayeu: la de Francisco Bayeu; y la de Fray Manuel Bayeu.


José Luzán Martínez, nació en Zaragoza en 1710, en la casa familiar de la calleja de Rufas, parroquia de San Miguel de los Navarros, en donde fue bautizado. Sus primeros pasos en el arte fueron en el taller de su padre, maestro dorador, formándose en los jesuitas y en las academias de dibujo de la ciudad. Su relación con la familia Pignatelli le valió el poder viajar a Nápoles para perfeccionar su arte durante cinco años (entre 1730-36), donde adquirió la calidez de la pintura napolitana tan característica en su obra.


Tras conocer también el arte romano volvió a Zaragoza donde se estableció, casándose en 1743 con la hija del pintor y dorador Juan Zabalo y fijando su residencia en la “Subidica de la Verónica”, en el barrio de san Andrés; y su taller en una sala del palacio del conde de Fuentes y años más tarde en la casa del marqués de Ayerbe (en la calle de la Platería). En 1741 fue nombrado por Felipe V pintor supernumerario de la Real Casa. Pero regresó a Zaragoza, desde donde realizó su labor artística y docente (también fue profesor en la Academia de Pintura y Escultura zaragozana) hasta su muerte en 1785. No olvidemos, como ya os he comentado, que fue maestro de grandes pintores que triunfaron en la Corte como Francisco de Goya, los hermanos Bayeu…

Pero volvamos a la obra que hoy nos ocupa. Estamos ante un precioso óleo sobre tabla, y por su pequeño tamaño (1,01 x 0,83 metros) bien pudiera tratarse, como afirma Arturo Ansón, del boceto que hizo para el retablo de la capilla de la Purísima de la iglesia del convento de Franciscanos de Nuestra Señora de Jesús en el barrio del Arrabal zaragozano. Este retablo desgraciadamente fue destruido durante los Sitios a la ciudad (1808-1809).La pequeña reseña biográfica que os he presentado me ha parecido necesaria para conocer el por qué esta obra se conserva en la iglesia de san Miguel de los Navarros. Seguramente fue donada por el mismo pintor, ya que hemos visto que fue parroquiano y bautizado en ella, e incluso realizó en 1750 los lienzos de la capilla de Nuestra Señora de Zaragoza la Vieja de esta misma iglesia.En la obra existen similitudes con la Anunciación que pintó en 1765 para el santuario de Nuestra Señora de Monlora, en Luna (Zaragoza).


La Anunciación es uno de los temas más repetidos en la iconografía cristiana. En el cuadro se pueden observar dos zonas, en la parte alta la zona celestial; y en la parte inferior, la terrenal. El nexo de unión lo conforma la aparición del Espíritu Santo en el centro de la composición.

En la parte superior se ha representado un rompimiento de gloria, dominado por la figura de Dios Padre, que sentado en un trono de nubes, apoya su brazo derecho sobre el globo terráqueo o esfera celeste (representación de todo el universo), que está sustentado por varios angelitos y querubines que surgen del celaje dorado, dotando de dinamismo al conjunto. El Padre Eterno dirige su mirada hacia el Espíritu Santo y hacia la escena que está ocurriendo en la parte inferior. En el lado izquierdo un angelote desnudo encaramado sobre una algodonosa nube hace un gesto picarón.


El colorido es alegre, con un notorio acento de estilo napolitano. Hay un tratamiento delicado de las figuras, dentro del gusto rococó, a base de pinceladas sueltas y abocetadas.


A Dios Padre se le presenta como un anciano, tal como aparece en las Sagradas Escrituras: un “anciano de días”. Fue con san Agustín (San Agustín, La Trinidad Libro II, capítulo 18) cuando se comenzó a interpretar al “anciano de días”, como la manifestación de Dios Padre y como una posible forma de representarlo. El primer dogma sobre el tema de poder representar a Dios Padre lo emitió el Papa Alejandro VIII, en el Decreto del Santo Oficio del 7 de diciembre de 1690.


Luzán ha pintado a un anciano digno y venerable, de cabellos blancos, sentado entre nubes y angelotes, vestido con una túnica, sobre la que lleva colocado un amplio manto color ocre. Sobre sus blancos cabellos, el nimbo triangular. El triángulo equilátero es símbolo de la divinidad, de la armonía y la proporción. Apoya su brazo derecho en la esfera celeste, para demostrar su Omnipotencia, sostenida por varios angelitos y querubines, mientras eleva su brazo izquierdo, abriendo su mano (la mano de Dios) con un gesto de afirmación de la escena que se representa en la parte inferior: la Encarnación del Verbo, el Anuncio de la maternidad de la Virgen.

A la derecha de Dios Padre un ángel mancebo, con sus blancas alas desplegadas, adelanta su pierna izquierda, apoyándola sobre una algodonosa nube. Con gesto de curiosidad se asoma para poder contemplar mejor la escena que está sucediendo en la parte inferior. Del grupo de nubes sobre las que se apoyan Dios Padre y el ángel mancebo surgen rayos dorados, alrededor de los cuales revolotean querubines y angelotes.

En el centro de la escena, y como nexo de unión entre el cielo y la tierra, aparece el Espíritu Santo, representado como una paloma blanca, que desciende y dirige rayos de luz a la Virgen que se halla en el nivel inferior.


Está situado sobre la cabeza de la Virgen escenificando el versículo de San Lucas (Lc 1:26-37): “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”.


En la zona terrenal podemos ver que el pintor ha seguido un modelo arquetípico de Jacopo da Voragine, y el Evangelio de san Lucas, como ya hemos visto.


No hay ninguna referencia espacial, pero la escena está enmarcada con arquitecturas inespecíficas. María está en su casa de Nazareth (como narran los evangelios apócrifos), sentada ante un reclinatorio, leyendo un libro. Luzán ha plasmado el momento en el que hace su aparición el arcángel san Gabriel sobre una nube, acompañado por dos angelotes, y rompiendo el silencio de la estancia.


La Virgen, sentada ante el reclinatorio, escucha las palabras de san Gabriel que inicia una genuflexión, gesto que parece proceder de la influencia de los dramas litúrgicos donde el ángel adopta esta costumbre feudal como acto de sumisión ante el señor.

María en el momento del Anuncio está leyendo un libro que apoya en un reclinatorio y lo sostiene con su mano izquierda. Mientras tanto, se lleva la mano derecha al pecho. En María se trasluce su humildad y su recogimiento, al bajar la mirada en actitud de aceptación al mensaje que le ha comunicado el arcángel.


María va vestida con una túnica roja sobre la que lleva una amplia capa azul y cubre su cabello con un velo oscuro. El azul y el rojo o púrpura (color del poder), eran colores muy difíciles de conseguir y de precio muy elevado; por ese motivo a los personajes que tenían que sobresalir en las obras, se les pintaba vestidos de esas tonalidades. Para otros, pero ya dentro del simbolismo cristiano, el color rojo simboliza la sangre del sacrificio de Cristo, y el azul se relaciona con lo divino.

La Virgen, en su pequeña estancia, se ha visto sorprendida en un momento de intimidad leyendo un libro. En rostro, dulce y delicado, vemos un gesto de turbación por la inesperada aparición del arcángel, llevándose la mano al pecho como aceptando el mensaje del enviado de Dios.


Como curiosidad deciros que en el tema de la Anunciación, en la iglesia oriental, a la Virgen se la representa hilando el Velo púrpura para el templo de Jerusalén (leyenda de las 7 vírgenes que eligieron los levitas para realizar un nuevo Velo para el templo, y a la Virgen María le tocó hilar el de color Púrpura); en la occidental, a partir del Gótico, María estaba leyendo, meditando sobre las palabras del profeta Isaías: “He aquí que la Virgen grávida da a luz, y lo llama Emmanuel” (Is. 7-14), como referencia a su conocimiento sobre las Escrituras.


Enfrente de la Virgen, irrumpe, subido en una algodonosa nube, el Arcángel san Gabriel con sus alas desplegadas y vestido con túnica blanca y manto rojo que flota en el aire, dando la sensación de vitalidad y movimiento (desde el Concilio de Trento se le representa levitando, sobrevolando la estancia porque viene desde lo alto). Su actitud contrasta con el misticismo de María.


El arcángel va ataviado con ropajes sedosos que tienen mucho movimiento. Lleva una vara con tres lirios (porque María era Virgen antes, durante y después del parto) en su mano izquierda, que simboliza la virginidad y pureza de María. Gabriel flexiona su rodilla derecha, en señal de respeto y devoción, y levanta su brazo derecho, con su dedo índice elevado con el gesto característico de la oratoria en el arte clásico, transmitiendo a María el mensaje divino.

A los pies de la Virgen una canastilla con los útiles de costura, en alusión al trabajo femenino en la casa o a la laboriosidad de la Virgen.



BIBLIOGRAFÍA:


-RODRÍGUEZ PEINADO, Laura: “La Anunciación”:

https://www.ucm.es/data/cont/docs/621-2014-12-06-03.%20Anunciaci%C3%B3n.pdf


-JACOPO DE LA VORÁGINE: La Leyenda Dorada. Madrid, Alianza Editorial, 1982. En el vol. I, capítulo LI, p. 211-216, nos relata con detalle la Anunciación.


-ANSÓN NAVARRO, Arturo: El pintor y profesor José Luzán Martínez (1710-1785), Zaragoza, CAI, 1986.


- RÉAU, L.: Iconografía del Arte Cristiano. Iconografía de la Biblia, Nuevo Testamento. Tomo I, Vol. 2, Ed. del Serbal, Barcelona, 1996.


-VV.AA.: Fray Manuel Bayeu. Cartujo, pintor y testigo de su tiempo, Huesca, Diputación Provincial, 2018.

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